Hace exactamente una semana que entraba el último racimo de la vendimia 2015 (la decimotercera) por la puerta de nuestra bodega y no he podido casi ni respirar desde ese día. ¿El motivo? Durante el tiempo de preparación y vendimia no existe para mí nada más, el resto de temas pasan a un segundo plano y mi cabeza y mi corazón se centran en conseguir el mejor fruto para el vino irrepetible que será el FERRATUS 2015. Intento controlar cada detalle (excepto el clima, que ya, por fin, estoy empezando a aceptar como viene) e involucrar a mi equipo para que lo haga igual. Y luego, cuando todo ha terminado, he de volver a recargar fuerza y seguir adelante con el resto de temas profesionales y familiares. Pero “¡qué me quiten lo bailao! “Adoro esos días intensos de sol, frío, lluvia, barro, caminos imposibles, confidencias en el todoterreno, risas y gritos de nervios, dolores de espalda y empachos de uvas.
Y este año además ha sido muy, muy especial. ¡Qué uva! Sana, madura, vendimiada por manos expertas, transportada y descargada sobre las mesas de selección con mimo, aromática y dulce. ¡Y qué clima! Días soleados, fríos y con viento y noches próximas a la helada (no podré olvidar cómo se nos congelaban los dedos al tocar los racimos) ¡Y qué equipo, mi gente! Benigno, Eduardo, Jóse, Dioni, Ruben, Ismael y Ernatz y por supuesto mi hermano Enrique y el resto de mi familia, un equipo sincronizado, que ya no necesita que les diga qué espero exactamente de ellos porque ya lo saben y gracias al que este año he disfrutado de lo lindo.
Es imposible para mí no amar mi vino cuando sufro y disfruto tanto en su gestación. Alguien me dijo hace años que no podría soportar el ritmo que llevo esos días pero no solamente puedo sino que quiero porque yo sé que sólo hay una oportunidad al año, que esa uva que espera en el campo es irrepetible, y que afortunadamente para los que me aguantan “vendimias no son todos los días”.